"Colibrí con hielo", de Manuel Moya


RESUMEN DE LA EDITORIAL: ¿Cuál es el precio que pagamos por vivir en el supuesto Paraíso? ¿Qué estamos dispuestos a hipotecar para pagarlo? El pobre Fausto vendió su alma al diablo por unas migajas de gloria, pero ¿qué estaríamos dispuestos a pactar nosotros por un poquito más de felicidad? ¿No es precisamente ese el trato que firmamos a diario? ¿Es posible obtener el paraíso sin fajarse en los sótanos del infierno? Estas son algunas de las preguntas que tratará de responder esta novela, plagada de personajes que se mueven en el límite de la moralidad y la incorrección.
Gerard oficia de negro literario para un conocido escritor a punto de despedirse del mundo. Cuando conoce a Blanche, una antillana con ínfulas artísticas, enferma de melancolía, sabe que se enfrascará en una aventura tempestuosa, pero lo que ignora es que, tras varias tormentas, su amor culminará con la recreación milimétrica de la isla de Curaçao en el ático que comparten. Poco a poco, exiliados de la realidad, desesperados, irán constatando que París está llena de gente como ellos, atrapados en sus propios guetos inverosímiles, poniendo contrafuertes a las crecidas del hastío y adentrándose sin saberlo en las barreduelas del infierno.

Manuel Moya describió este libro como lo mejor que había escrito, y sí, así me ha parecido, es un libro muy bien escrito, con su inconfundible prosa poética, con esas definiciones metafóricas de cualquier situación tan originales y tan extensas, en las que al leerlas dudas si reirte o decir, “otras, cómo no he caído que algo así tuvieran similitud”.
Nos describe la vida del protagonista, Gerard, que se debate entre la soledad, el desamor, trabajar como “negro” y por tanto a la sombra de otro, entre lo ilegal y la razón. Triste la vida de Gerard, pesimista, cobarde en algunas cosas y valiente en otras, loco de amor y cuerdo y racional en el resto. Todo muy contradictorio, lo que lo hace singular, aunque para mí le falta “chicha”, con el enamoramiento hace el gilipollas en grado superlativo, y con lo demás, actúa con una falta de escrúpulos sorprendente en el personaje.


Argumento extraño, raro, él lo define como argumento extravagante, y puede ser una buena definición.
Manuel ha querido decirnos, eso creo, que cada ser humano busca su propia isla, o islas, donde refugiarse, donde estar a gusto, donde escaparse, donde realizarse y donde no pueda encontrar presión social alguna. Cada uno a su manera, Gerard lo hace literalmente, quizás no para él mismo, pero sí para, con la compañía de Blanche, evadirse y encontrarse, y sobre todo no estar solo.

¿No hay paraíso sin infierno? En este libro está claro que sí, pero yo no estoy de acuerdo en tener que pasar por el infierno antes de encontrar nuestro paraíso, creo que hay atajos importantes a considerar. Y también creo que no es el paraíso en sí lo que hay que encontrar, sino que la clave está en buscarlo, y como digo, no es imprescindible pasar por el infierno para ello. Es mi opinión.

Manuel hace una crítica social intensa que la deja entre líneas como nos tiene acostumbrados, quiere que nos revelemos contra las imposiciones sociales que a veces nos ahogan y asfixian tanto, y así, a través de Gerard y como él lo hace, nos creemos (del verbo crear y no del verbo creer) nuestras propias islas. Yo creo que el personaje “se pasa” creando su isla literalmente, un poco rocambolesco, o como decía al principio, bastante raro.

Lo del colibrí, a medias, mi querido Manuel, sólo a medias.

Muy bien escrita, la mejor, pero creo que como argumento las tiene mejores.





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